lunes, 24 de mayo de 2010

Perico y Juana

Este poema fue censurado por el Santo Oficio =) ojalá les guste


Perico y Juana


“Un día con Perico riñó Juana / por no se que disgusto o fantasía
pero antes que pasase una semana / ya de tanta altivez se arrepentía
con el zagal querido más humana / volver quiso a entablar nueva armonía
y para hacer las paces mano a mano / diole una cita que el aceptó ufano.
Una fresca mañana del otoño / madrugo Juana y desde el pie pulido
asta el dorado pelo de su moño / de traje más airoso que lucido
adornada salió, y junto a un madroño / que en un sombrío valle está escondido
alegre el rostro y el oído atento / esperando a su amante tomó asiento.
Viendo pues lo mucho que tardaba / y que era solitario aquel paraje
segura de que nadie la miraba / abrió de las enaguas el encaje
descubrió pues la maravilla octava / que ocultaban las sombras del ropaje
y ató en la pierna una encarnada liga/ pero que pierna¡ Dios se la bendiga.
Llevaba tan delgada vestidura / que casi estar desnuda parecía,
la ágil cadera, el muslo, la cintura / todo el lienzo sutil lo descubría,
dos hemisferios de gentil hechura / en que un rollizo globo se partía
formaban tiernos y elevados bultos / que no pudo el brial tener ocultos.
Perico entre unas matas a Juanilla / atento observaba en tan graciosa planta
ya admira la robusta pantorrilla / ya del pie a la estrechísima garganta
¡que redonda y nevada es la rodilla!/ ¡como a los ojos y aún al alma encantan
el corto zagalejo, aquel calzado / la media blanca y el azul cuadrado!.
Arrebatado de un impulso ardiente / de la imaginación y los sentidos
salió el joven gallardo y de repente / con brazos amorosos y atrevidos
ciñó a la ninfa, y señaló en su frente / la estampa de los labios encendidos
y el dulce fuego que alteró sus venas/ esto le permitió decir apenas.
Deja que bese el blanco y liso pecho / que a la nieve ha robado su blancura
que alto y bien dividido! que derecho / sin sufrir de cotilla la clausura
de que terso marfil estará hecho / el cordón de esa enana dentadura!
que dicha! repetía el fino mozo / en un abrazo mil deleites gozo.
Ella que antojadiza y desdeñosa / mostrarse intentó tal vez por gala
negole aquélla boca que de rosa / el color tiene y el olor exala
y huyendo de sus brazos presurosa / poco menos le envió que en enhoramala
Perico que la entiende al verla descontenta / finge serenidad, calla, y se
ausenta.
Sola queda la ninfa y ya reniega / de su capricho y melindre raro
no, dice, no es verdad que el amor ciega? /cuando en tales escrúpulos repaso?
la que al dueño que adora no se entrega / la que su cuerpo le vende caro
no merece los gustos de cupido / sino que su beldad muera en olvido.
Parte tras su galán y lo divisa / vuelto de cara a un roble y despachando
diligencia, no limpia, aunque precisa / estaba el joven (si lo diré) meando
escondiose la moza a toda prisa / a observar de Perico el contrabando
y ardiendo en cosquillas de deseo/ se chupaba los labios de recreo.
Salen a la luz pública por fin / las crecidas insignias de varón
con un botón más blanco que carmín / con un miembro más blanco que algodón
menudos como el césped de un jardín / negros rizos se asoman al calzón
y ocultos dos acólitos se ven / que no dejó el calzón distinguir bien.
Apenas el zagal regado había / el grueso tronco cuando descuidado
sintió que el cuerpo por detrás le asía / un bello brazo de su dueño amado
y forcejeando entonces a por fía / cayeron ambos en el verde prado,
él, sin botón alguno en la braguera / y con las faldas ella en la mollera.
No de otra suerte la sutil caterva / de inferiores poetas imaginan,
que en la edad de oro la mojada hierba / sirvió de lecho al hombre, y que la encina
que de aires y soles le preserva / del tálamo nupcial era cortina,
si este era siglo de oro a fe que Juana / lo gozó con Perico una mañana.
El dulce peso del mancebo siente / en el desnudo muslo y la rodilla
ya con deseo mueve impaciente / del empeine la suave almohadilla
ya incita al saleroso combatiente / con saltos de lasciva rabadilla
y juntando los labios a las mejillas tiernas / enlazados los brazos y las piernas.
¡Con que desenvoltura, quan risueña / al nervio altivo echó la mano blanca
él era corpulento, ella pequeña / empuñarle intentó, pero fue en vano,
ya con el dedo practico le enseña / el paso del estrecho gaditano
y ofreciendo al bagel la senda clara / las dos columnas de Hércules separa.
Aquel angosto y deleitoso ojal / con los bordes teñidos de clavel
entre dos blancas rocas de cristal / más rubio el crespo pelo que oropel
aquel en que unos dicen que hallan sal / y otros son de dictamen de que hay miel
con mil cosquillas y respingos mil / hospedó el instrumento varonil.
Y mientras con caricias regaladas / palpa el joven los pechos de la moza
con las dos que le cuelgan arracadas / el tacto de la picara retoza,
dale tiernos pellizcos y palmadas / se empina, se columpia, se alboroza
y al fin yo no se que la sucede / que en éxtasis suspensa hablar no puede.
La dulce boca inmóvil medio abierta / con la lengua cogida entre los dientes
a suspirar apenas casi casi acierta / en lugar de dar ósculos ardientes,
la vista con los párpados cubierta / solo indica repentinos accidentes
y sino ha muerto Juana por lo menos / le ha dado un parasismo de los buenos.
En gracias a Dios que resucita / pronto se ha serenado, no, no es cosa
como abre ya los ojos, pobrecita / que tal, estais mejor? duerme reposa
antes que la congoja se repita / ay ay, que enfermedad tan contagiosa!
pegosele a Perico, vaya vaya / también el angelito se desmaya.
Ella que ya por experiencia sabe / la causa de aquel mal su especie y cura
viendo que cada vez era más grave / del zagal la amorosa calentura
con un meneo de caderas suave / el remedio aplicó con tal blandura
que la inundó por dentro y fuera / de copioso sudor la delantera.
Aquí de los amantes abrazados / alegremente suspendió el oído
el canto que formaban acordados / los jilgueros del valle y el ruido
de un manso arroyo, a que ellos ocupados / no habían hasta entonces atendido
y allí soplando el céfiro halagüeño / embargó sus espíritus el sueño.
A este tiempo un pastor que la espesura / penetraba guardando su vacada
en divertida y cómoda postura / encontró a nuestra gente embelesada
de la dormida y lánguida hermosura / el pecho de Perico era almohada
enlazados los muslos de él y de ella / y sin pañuelo su garganta bella.
Lindo, dijo el pastor, por vida mía / ¿son estos los que quieren que se crea
que hay entre ellos mortal antipatía? / condujo allí las mozas de la aldea
y señalando a Juana las decía / mirad como esta su beldad emplea
aprended a hacer paces bellas niñas / así habéis de dar fin a vuestras riñas”.

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